Dominó Tucurinca



Dominó Tucurinca

Tucurinca 

Dominó 

Llevábamos un tiempo pensando en hacer un dominó. 
Aunque no es un juego de niños, nos trae muchos recuerdos de esa época. Mi abuelo  se reunía a jugar con un grupo los fines de semana, a veces en su finca, Bellavista. Nosotros íbamos por inercia porque el evento terminaba convirtiéndose en todo un festín. Jugábamos por inercia también, sin entender muy bien de tácticas o de estrategia. Aprendimos viendo. 

Todos querian jugar, pero solo teníamos dos mesas. En una, estábamos los pelaos y en la otra los viejos. Las fichas sonaban duro; rugían cuando las revolvían y tronaban cuando las ponían—nosotros nunca las podíamos hacer sonar como los adultos. Había música, picadas, cuentos y chistes, y no podía faltar el sancocho a medio día. Cuando nos cansábamos del juego, paseábamos a caballo o en carro e mula. Algunos iban hasta el río y otros se quedaban haciendo siesta en hamaca. Después, todo el mundo volvía como convocado por una fuerza mayor, y con las fichas andando, empezaba la partida otra vez. 

El juego intrigaba, tenía algo de magia. Nunca supe muy bien si se trataba de contar o de adivinar, pero cuando logras ver los números—si cuentas bien—puedes saberlo casi todo. Es una mezcla de astucia, habilidad y matemáticas. A mi me costó unos años aprender las dinámicas; entender cómo contar los números y hablar un código donde cada ficha tiene sus dichos y cada jugada sus nombres, aprender a tomar decisiones, administrar bien cada turno. 

Dicen por ahí que el dominó fue inventado en China, pero no se sabe a ciencia cierta. Leí también que lo volvieron popular los monjes cristianos en Italia y que tiempo después lo trajeron en algún barco al Caribe, donde se volvió todo un ícono. En Cuba, el dominó es casi que el deporte nacional; está lleno de trucos, juegos intrincados y dichos históricos, es todo un arte. Acá en Santa Marta, todavía lo juegan afuera del Cementerio, se pasan las tardes entre alaridos y tronadas y al son de algún radio viejo de fondo; quién sabe cuánto tiempo llevan jugando.

La mazorca era el doble seis.
El bollo limpio, el doble cero.
La cabra era la trampa.
Los dobles se acostaban. 
Si te ahorcaban estabas perdido
Y si pasabas era para ganar. 

Así jugábamos dominó en la finca de mi abuelo. 





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